martes, 4 de diciembre de 2012

CRÓNICA DE UNA BODA CAMERUNESA



Después de 10 años sin asistir a ninguna boda en España, es en Camerún donde estoy siendo testigo de una.  Sentada en primera fila y con un atuendo típicamente africano, no pierdo detalle de lo que está aconteciendo. Es todo tan… ¿diferente?

Ayer  viernes me avisaron de que hoy nos habían invitado a la boda de Charlotte y Honorat. ¿Y por qué? No era porque la novia fuera mi amiga íntima, ni una prima lejana, ni tan siquiera una compañera de trabajo o estudios, sino porque era una chica blanca que la prometida había conocido hace dos días en una casa, y ser blanca fue el motivo de mi invitación a esta ceremonia. Tener un invitado blanco en tu boda en el continente negro es sinónimo de importancia, de prestigio. Yo voy encantada, pues ¿qué mejor manera que adentrase en la cultura africana asistiendo a una celebración de este ámbito?

Cuando hace unos instantes llegábamos a la iglesia, nuestra sorpresa fue que la fiesta ya había comenzado. Los invitados y un hombre vestido con unas pieles,  de las que colgaban unas campanas, bailaban como no he visto bailar a nadie nunca.  El “hombre de las pieles” me invitó a bailar, y por mucho que lo intenté no logré seguirle el ritmo. ¡Atónita me quede con sus movimientos de cadera!

La boda empezaba a la una del mediodía, pero ya son las dos menos cuarto y la novia todavía no ha llegado. Miro al novio, solo ante el altar, observado por cientos de ojos que esperan impacientes el comienzo de la ceremonia nupcial. Está nervioso, se mueve de aquí para allá, habla con su madre, con su padre, con el sacerdote. Sus hijos, sentados en el banco contiguo al mío también están inquietos. La pareja tiene 5 hijos. Esto sorprende, pero a continuación me explican que no pudieron casarse antes de tener a las criaturas por falta de dinero para la fiesta. La más pequeña apenas tiene 2 años y se duerme en brazos de su abuela materna. Los otros 4, ya mayores, corretean por los pasillos de la iglesia interrumpiéndoles el paso a algunos invitados que llegan a última hora.  Mientras la novia no llega ojeo el programa que un chico muy amable me dio al entrar a la iglesia. Está llenó de oraciones y cánticos populares en ewondo (una de las lenguas nativas que se habla hoy en día en Camerún) además de los votos matrimoniales. Son nada más y nada menos que 30 hojitas de  programa.

 De repente se oyen susurros y acto seguido el silencio impera en la pequeña, pero acogedora iglesia. Es la novia que acaba de entrar, y se dirige hacia el altar. Suena música y el coro canta, pero no es la mítica marcha nupcial de Wargner que aquí conocemos, si no algo “muy africano” con tambores de por medio. La novia llega al presbiterio cogida del brazo de su padre. Viste un vestido blanco con un lazo verde y el rostro oculto bajo un velo. Quizás me esperaba algo más colorido con telas del país, pero el novio también lleva un traje negro y una corbata.

Con una hora de retraso comienza la ceremonia. El padre Carlos es el cura que los va a casar. Carlos es salamantino, pero lleva viviendo en África más de 35 años y conoce a los novios a la perfección. Entre oración y oración el coro canta acompañado por instrumentos característicos del país y los invitados bailan y cantan a ritmo de los tambores. Nunca me hubiera imaginado asistir a una boda en la que primara la música y la diversión de los asistentes.

Ya va una hora de ceremonia y el tiempo se me pasa volando. Si estuviera en España el enlace ya habría terminado. Pero aquí continúo en primera fila sentada al lado de una señora que me invita a cantar y a bailar con ella. Se ríe cuando intento cantar en ewondo, aunque me anima y me dice mientras sonríe “c’est bien, c’est bien”. Continúa la fiesta, y ahora el hermano de la novia da un sermón en ewondo, mientras la gente responde “amén”, entre frase y frase.  Miro en el programa y veo que a continuación del discurso vienen los votos matrimoniales, pero antes, de nuevo, música para nuestros oídos. Ya más animada bailo con la señora que se preocupa de que me integre en la boda con el resto de invitados.  Con esto ya van 2 horas de eucaristía, pero continúa este casamiento que parece no tener fin entre los gritos de los presentes.

Se está formando una gran fila en el pasillo central, pero no me atrevo a preguntar por qué. Me imagino que será para comulgar pero enseguida me doy cuenta de que no es así. La gente porta grandes cajas y obsequios para los novios, que,  mientras mueven sus caderas y cantan van en procesión hacia el altar a dejar todos los regalos. Los curas, por muy extraño que parezca, también se unen al baile de los novios. ¡Menudo espectáculo! Como estoy en primera fila, aun que sea en un lateral, puedo ver con claridad lo que les regalan a la pareja: desde frutas variadas, hasta cubertería, o ropa de cama.

Ya van 3 horas de ceremonia  y esta pequeña gran fiesta se está terminando. Mi amigo Serge se levanta y nos dice que le acompañemos a fuera porque se están sirviendo pinchos y bebidas. Al salir nos encontramos una gran multitud de gente abalanzándose hacia las mesas repletas de comida. La verdad es que 3 horas de boda te abren el apetito y mucho. Charlotte y Honorat se acercaron y nos dieron las gracias por asistir a su ceremonia nupcial.

Después de haber presenciado algo tan mágico no encuentro una palabra que describa con exactitud este acontecimiento, pues miles de sensaciones recorren mi cuerpo.