lunes, 17 de septiembre de 2012

Pies mojados



Cuando las aguas del río Wuri se volvían turbias, comenzó a llover en Duala. El caos aumentó; la ciudad se inundó de ruido y jaleo. Una gran caravana de coches se había quedado atascada en la ciudad debido a la gran afluencia de gente que corría hacía sus casas intentado protegerse de la gran tormenta que estaba cayendo. Los vendedores ambulantes intentaban resguardar sus bienes bajo los árboles, y alguno, con suerte, tenía un plástico agujereado y con eso los tapaba.

Unas buenas katiuskas eran el calzado ideal para ese momento, pero los cameruneses caminaban con unas simples chanclas, perfectas para la evacuación del agua. Para muchos, las chanclas eran un método muy sofisticado de evacuación del agua, por eso preferían andar descalzos y sin ninguna preocupación.

Después de toda tormenta siempre llega la calma; y así fue. Estuvo lloviendo sin cesar durante más de una hora y cuando paró fue como si nada. Las nubes le fueron abriendo paso al sol; los coches empezaron a circular; los niños volvieron a salir a la calle a jugar; los vendedores te paraban y te ofrecían unas telas mojadas. Decían que hacía calor y que pronto se secaban. Y los pies, ya estaban secos y listo para la siguiente regata. Todo sucedió tan rápido que parecía que nunca hubiese llovido en la ciudad.

¿Que si se encrespa el pelo? ¿Catarro después de tal mojadura? ¿Y la ropa mojada? Esas no son preocupaciones en una ciudad de pies descalzos. Mientras la casita de barro siguiese de una pieza, todo iba sobre ruedas.

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