Podría decirse que una parte de mi quedó en África, hace 10
meses. Todavía no me hago a la idea de que este Agosto no estaré en Camerún. No
podré recorrer los caminos rojizos que me llevaban hasta los pigmeos, o jugar
con los niños que iban a por agua. No podré saborear una cerveza negra debajo
de una planta de cacao, ni comprar plátanos a los muchachos de los peajes de la
carretera que me llevaba a Kribi.
Youndé |
En Youndé no hacía falta despertador. La luz del día y la
gran fauna de insectos que rodeaban la casa te daban los buenos días tocando
una sinfonía en La mayor mientras en la cocina empezaban las bromas y los
cánticos africanos. “Bambakiri” gritaban entre risas cuando entraba en el
comedor a desayunar. Pronto aprendí a contestar a los buenos días africanos, “Kirimba,
mon amis”. Para ellos fue todo un logro enseñarme unas cuantas palabras en Ewondo,
y también lo fue para mí aprenderlas.
¡Qué gran variedad de frutas! Papaya, piña, mango, aguacate,
plátanos… ¡Menudo festín me pegaba por las mañanas! Aunque todo se consumía en
cuanto subía a la furgoneta. Todos los días eran una lucha constante entre
permanecer sentada y no golpearte la cabeza ya que más que carreteras eran como
pistas llenas de obstáculos: grandes baches, un árbol caído, una cabra que
quería hacerse la valiente, etc. A pesar de todo era divertido. Echo de menos
no pegar un brinco en el asiento del coche. Ya era como una costumbre, algo
rutinario, al fin y al cabo, una atracción.
La fête |
No puedo olvidarme de Ginho o Sussan, que en cuanto me veían
sonreían y corrían hacia a mí en busca de un globo o un dibujo. Tampoco de los
chistes malos de Serge: “Chocolate negro en el continente negro”, o su famosa
palabra cuando algo le sorprendía: “¡Atisamba!”, decía mientras se golpeaba la
frente con la mano. Acto seguido toda la sala soltaba una carcajada de complicidad.
Tampoco olvido a Fabrice, Emmanuel, Jean- Jaques y su fiesta de novicios donde
todos bailamos al ritmo de “Tchokolo – Tchokolo”. Recuerdo aquel (¿catastrófico?)
partido de baloncesto con los chicos de Bastós, Dieudonné y Constantine, a Dinis
y sus historias, sus clases de aprender a vivir, así como de gramática
francesa, y el “¡que bom gentes!” de Jules marcaron un “avant” y un “après”.
Mon petits chéris |
Cuando me decían que las despedidas eran difíciles yo
discrepaba. Pero me di cuenta de que estaban en lo cierto cuando tuve que
volver de ese continente que me hechizó, me enamoró, y me robo un pedazo de mi
ser.
Tengo que volver, y cuando lo haga será para quedarme.
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