Después de 10 años
sin asistir a ninguna boda en España, es en Camerún donde estoy siendo testigo
de una. Sentada en primera fila y con un
atuendo típicamente africano, no pierdo detalle de lo que está aconteciendo. Es
todo tan… ¿diferente?
Ayer viernes me avisaron de que hoy nos habían
invitado a la boda de Charlotte y Honorat. ¿Y por qué? No era porque la novia
fuera mi amiga íntima, ni una prima lejana, ni tan siquiera una compañera de
trabajo o estudios, sino porque era una chica blanca que la prometida había
conocido hace dos días en una casa, y ser blanca fue el motivo de mi invitación
a esta ceremonia. Tener un invitado blanco en tu boda en el continente negro es
sinónimo de importancia, de prestigio. Yo voy encantada, pues ¿qué mejor manera
que adentrase en la cultura africana asistiendo a una celebración de este
ámbito?
Cuando hace unos
instantes llegábamos a la iglesia, nuestra sorpresa fue que la fiesta ya había
comenzado. Los invitados y un hombre vestido con unas pieles, de las que colgaban unas campanas, bailaban
como no he visto bailar a nadie nunca. El “hombre de las pieles” me invitó a bailar,
y por mucho que lo intenté no logré seguirle el ritmo. ¡Atónita me quede con
sus movimientos de cadera!
La
boda empezaba a la una del mediodía, pero ya son las dos menos cuarto y la
novia todavía no ha llegado. Miro al novio, solo ante el altar, observado por
cientos de ojos que esperan impacientes el comienzo de la ceremonia nupcial.
Está nervioso, se mueve de aquí para allá, habla con su madre, con su padre,
con el sacerdote. Sus hijos, sentados en el banco contiguo al mío también están
inquietos. La pareja tiene 5 hijos. Esto sorprende, pero a continuación me
explican que no pudieron casarse antes de tener a las criaturas por falta de
dinero para la fiesta. La más pequeña apenas tiene 2 años y se duerme en brazos
de su abuela materna. Los otros 4, ya mayores, corretean por los pasillos de la
iglesia interrumpiéndoles el paso a algunos invitados que llegan a última
hora. Mientras la novia no llega ojeo el
programa que un chico muy amable me dio al entrar a la iglesia. Está llenó de
oraciones y cánticos populares en ewondo (una de las lenguas nativas que se
habla hoy en día en Camerún) además de los votos matrimoniales. Son nada más y
nada menos que 30 hojitas de programa.
De repente se oyen susurros y acto seguido el
silencio impera en la pequeña, pero acogedora iglesia. Es la novia que acaba de
entrar, y se dirige hacia el altar. Suena música y el coro canta, pero no es la
mítica marcha nupcial de Wargner que aquí conocemos, si no algo “muy africano”
con tambores de por medio. La novia llega al presbiterio cogida del brazo de su
padre. Viste un vestido blanco con un lazo verde y el rostro oculto bajo un
velo. Quizás me esperaba algo más colorido con telas del país, pero el novio
también lleva un traje negro y una corbata.
Con una hora de
retraso comienza la ceremonia. El padre Carlos es el cura que los va a casar.
Carlos es salamantino, pero lleva viviendo en África más de 35 años y conoce a
los novios a la perfección. Entre oración y oración el coro canta acompañado
por instrumentos característicos del país y los invitados bailan y cantan a
ritmo de los tambores. Nunca me hubiera imaginado asistir a una boda en la que
primara la música y la diversión de los asistentes.
Ya
va una hora de ceremonia y el tiempo se me pasa volando. Si estuviera en España
el enlace ya habría terminado. Pero aquí continúo en primera fila sentada al
lado de una señora que me invita a cantar y a bailar con ella. Se ríe cuando
intento cantar en ewondo, aunque me anima y me dice mientras sonríe “c’est bien,
c’est bien”. Continúa la fiesta, y ahora el hermano de la novia da un sermón en
ewondo, mientras la gente responde “amén”, entre frase y frase. Miro en el programa y veo que a continuación
del discurso vienen los votos matrimoniales, pero antes, de nuevo, música para
nuestros oídos. Ya más animada bailo con la señora que se preocupa de que me
integre en la boda con el resto de invitados.
Con esto ya van 2 horas de eucaristía, pero continúa este casamiento que
parece no tener fin entre los gritos de los presentes.
Ya van 3 horas de
ceremonia y esta pequeña gran fiesta se
está terminando. Mi amigo Serge se levanta y nos dice que le acompañemos a
fuera porque se están sirviendo pinchos y bebidas. Al salir nos encontramos una
gran multitud de gente abalanzándose hacia las mesas repletas de comida. La
verdad es que 3 horas de boda te abren el apetito y mucho. Charlotte y Honorat
se acercaron y nos dieron las gracias por asistir a su ceremonia nupcial.
Después de haber
presenciado algo tan mágico no encuentro una palabra que describa con exactitud
este acontecimiento, pues miles de sensaciones recorren mi cuerpo.